Amaneceres con gallos y canarios, inmortalizados en un despertador que parece no conocer la clemencia.
Allá afuera, la masa despierta y se encarga iniciar la marcha diaria, entre lluvias de bocinas y adoquines, conformando una coreografía que se desarrolla en perfecta sinconicidad.
Los sabios saben escoger las calles y pasadizos secretos, encontrando los oasis de puestos de flores cuyos sahumerios nos alejan por unos segundos del humo y el moho.
Tres rosas rojas reposan en una botella de cerveza vacía, buscando algún valiente rayo de sol que logre colarse por entre los edificios.
Desafortunados aquellos que no lograron aún abrir los ojos, reponsando en un lecho de baldosas flojas y cartones húmedos, víctimas de la indiferencia social.
Música que con esfuerzo logra disipar la niebla que la noche no se quiso llevar.
Osados los que tienen la valentía de pararse en medio de la avenida buscando con deseo el cielo azul y consiguen, haciendo oídos sordos al qué dirán,
encontrar la poesía en la ciudad.
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parido por cande